Tan acostumbrados estamos cuando acudimos a un enlace nupcial de ver a la novia radiante, de blanco, champán o marfil, con un bonito tocado acompañado de un largo velo y sus mejores joyas adornando su cuerpo que puede suceder que en lo que menos nos fijemos sea en el ramo de flores que le acompaña. Sin embargo, un detalle como éste que nos puede parecer de poca importancia tiene una larga historia tras de sí.
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La tradición, se remonta al Antiguo Egipto, donde las novias solían ir acompañadas de un conjunto de hierbas de intenso aroma e, incluso, con ajos, que no tenían otro objetivo que el de ahuyentar a los malos espíritus que pudieran poner zancadillas a su futura felicidad. La tradición grecolatina siguió conservándolo, aunque la planta estrella pasó a ser la hiedra, símbolo de fidelidad. Poco a poco, las coloridas flores fueron sustituyendo a las anodinas plantas de tonos verdosos. Curiosamente, debemos agradecer a los caballeros cruzados -¡¡quién lo diría!!- el que esta costumbre se afianzara en Europa y es que, al parecer, luchando contra sus temibles enemigos sarracenos, pudieron observar cómo las mujeres, cuando se casaban, confeccionaban de manera cuidadosa pequeños ramos de azahar para portarlos en su gran día. Tanto les gustó que decidieron copiar la idea y llevársela a sus territorios.
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Las razones, si tenemos en cuenta lo hábitos de esos años, parecen lógicas y es que la higiene y sobre todo ese baño diario al que ahora estamos tan acostumbrados, tenía, en la Edad Media, para médicos e incluso para la Iglesia, un significado fatal: mientras que los primeros lo consideraban culpable de la propagación de enfermedades, la segunda no dudaba en considerarlo un ritual que debería ser penado. Sólo un baño anual parecía ser salvado de la "condena" y éste tenía lugar al comienzo de la primavera, hacia el mes de mayo. Por esto, no es extraño que los contrayentes aprovecharan esta circunstancia, así como también el buen tiempo que acompañaba para elegir tanto este mes como junio como fechas idóneas para contraer matrimonio. Aún así, el calor, que ya hacía acto de presencia, no podía evitar los malos olores que el sudor provocaba sin hacer distinción entre caballeros y señoritas. Fue por ello por lo que se vio como una perfecta idea el que la novia, en su día especial, portara un ramo de olorosas hierbas aromáticas y algunas que otras flores que, además de hacerla lucir bella, desprendieran una agradable fragancia que alegrase a los invitados de la celebración.
La reina Victoria I de Reino Unido, en su enlace con el príncipe Alberto, en 1840, asentó definitivamente la costumbre de usar flores en vez de hierbas y otras plantas en el ramo de novia.
La Princesa Diana de Gales, con un enorme ramo de novia |
A partir de ahí, un largo abanico de diseños fue marcando cada época, desde enormes ramos que incluso llegaban al suelo, hasta otros más pequeños y coquetos que son los que gozan de más popularidad en nuestros días, y que sólo se diferencian por la propuesta floral elegida que, además de adornar, aporta un significado esencial.
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Por otra parte, tradición que aún se sigue conservando de lanzarlo entre los invitados también tiene un curioso origen. En la Francia del s.XIV, se consideraba que quitar la liga a la novia era recompensado con un derroche de buena suerte y esto provocaba que en los enlaces se lanzaran hacia ella para conseguir tan preciado tesoro, surgiendo, entonces, situaciones poco decorosas, por lo que esta carrera de fondo persiguiendo a la protagonista del día fue sustituida por un lanzamiento que la propia novia hacía de su liga entre todos sus familiares y amigos. Más tarde, el objeto lanzado cambió y, en vez de liga, lo que se arrojaba era el ramo de flores, siendo la afortunada persona que lo capturara la siguiente candidata para contraer matrimonio.
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FUENTES:
*JavierBerenguer.es*InfoFlor.es
-Fotos: ThePrettyBlog.com