*[Mis curiosos]*

Pirámides ¿en Roma?

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Muchas han sido las civilizaciones que han construido monumentos piramidales a lo largo de su Historia, sin embargo, los que alcanzaron mayor fama fueron los egipcios.
La arquitectura romana, que poca relación tenía con estas obras, se empezó a interesar por ellas a partir de la conquista de Egipto y su inclusión dentro del Imperio como una provincia romana más (en el 30 a.C.). Muchos fueron los que se sintieron atraídos por esta exótica arquitectura funeraria, entre ellos CAYO CESTIO EPULONE (se cree que fue pretor homónimo del 44 a.C) que, admirado por la monumentalidad de estos edificios egipcios decidió hacerse construir uno que albergara su cuerpo, como si de un antiguo faraón se tratara. Este encargo, que dejó escrito en su testamento, fue ejecutado en torno al 12 a.C. aprox. Tardó en construirse, como bien se indica en las inscripciones de la pirámide, 330 días, si bien es cierto que las proporciones son mucho más reducidas que las de las egipcias: la base ocupa 30 m2, mientras que su altura casi alcanza los 37 m. Está hecha de sillares de piedra, recubiertos de mármol. En el interior, decorado con múltiples pinturas de estuco, se encuentra la entrada hacia la cámara donde se recogen los restos del difunto.
Como era costumbre entre los romanos, los difuntos eran enterrados a las afueras de la ciudad. Así, nos encontramos que la PIRÁMIDE CESTIA (nombre con el que también se la conoció) estaba fuera de la muralla. Sería en el s.III, momento en el que el emperador Aureliano, movido por el temor a las invasiones bárbaras decidió aumentar el perímetro de la ciudad, cuando la tumba de Cayo Cestio quedó dentro de la muralla o, mejor dicho, atravesada (literalmente) por ella.
Con el paso de los años, la tumba de este ilustre romano no sólo no se olvidó, sino que no pasó desapercibida para los autores románticos, a los que llamó poderosamente su atención, así como todavía hoy la sigue llamando al visitante que pasea por la magnífica Ciudad Eterna.
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Imagen: Fotografía actual de la Pirámide Cestia, flanqueada por la Porta de San Paolo, a un lado, y por el cementerio protestante, al otro.
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La muerte de Gilgamesh

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El más famoso de todos los reyes de Uruk, GILGAMESH, es el protagonista de la que se ha considerado la primera epopeya escrita de la Historia de la Humanidad. Este relato está recogido en el conocido POEMA DE GILGAMESH, donde se aprecia cómo el antiguo monarca de la ciudad sumeria vive obsesionado con conseguir la inmortalidad, ya sea obteniendo la vida eterna, físicamente, o a través de estar presente en el recuerdo de las gentes. Tras la muerte de su fiel amigo y compañero de aventuras Enkidu, su mentalidad cambia y esta obsesión, dentro del Poema, deja paso a una profunda resignación frente al fin de la vida (esta parte de la composición es conocida como La Muerte de Gilgamesh).
El héroe tiene diferentes sueños y en uno de ellos el dios-cielo Enlil le comunica que va a morir. Así, Gilgamesh decide construir una enorme tumba colectiva que sería erigida en pleno cauce del Éufrates, cuyas aguas, en ese momento, habían sido desviadas. El monumento funerario albergaría el cuerpo de rey de Uruk, además de los de sus “acompañantes”: sus esposas, concubinas, sus hijos predilectos, sus sirvientes y, evidentemente, sus objetos más preciados. Una vez que las obras terminaron, todos se adentraron en la construcción, que fue sellada para, poco tiempo después, morir ahogados por el regreso de las aguas del famoso río mesopotámico a su cauce. No nos debe sorprender este “suicidio colectivo” que, de manera involuntaria, sufrieron los acompañantes del rey ya que durante el III milenio a.C. era costumbre que se produjeran estos “asesinatos rituales” que también fueron comunes en otras culturas como la egipcia o la china.
Según cuenta la composición literaria, la población de Uruk lamentó profundamente esas muertes.
Gilgamesh murió, pero su recuerdo, materializado en la construcción de las importantes murallas de Uruk -la ciudad que gobernaba- perduró con el paso de los años hasta llegar a nuestros días, viéndose así que monarca consiguió aquello que persiguió durante toda su vida: ser inmortal.
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Imagen: Relieve de Gilgamesh con un pequeño león. Fue hallado en Jorsabad, datando de la época de Sargón II (722-705 a.C.). Su altura supera los 4 metros y medio.
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Fuente: LARA PEINADO, F: Poema de Gilgamesh: Un viaje fallido a la inmortalidad (consultado el 28-XII-2010)
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Emilio Botín y Altamira

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Al pensar en MARCELINO SANZ DE SAUTUOLA, es inevitable ligar su figura a la de la famosa cueva cántabra de ALTAMIRA. Sin embargo, pocos son los que hacen la misma asociación con la conocida saga de banqueros de los BOTÍN, ligados al BANCO SANTANDER desde que, en 1909, Emilio Botín López se pusiera al frente de la presidencia de la entidad.

Si recordamos cómo fue el hallazgo del lugar y las maravillosas pinturas que alberga, el protagonismo lo cobra la hija de Marcelino, María, que al grito de “¡Mira papá, bueyes! “ descubrió una de las joyas del arte prehistórico. Esta niña es la abuela de Emilio Botín-Sanz de Sautuola y García de los Ríos, el actual presidente del Santander que, ligado a la tradición del descubrimiento de la cueva, aceptó recientemente ocupar un importante cargo de gestión en el PATRONATO DE ALTAMIRA siguiendo, por tanto, “atado” a larga tradición que ha unido a su familia con el magnífico hallazgo de la Prehistoria.
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Imagen: Arriba, a la izquierda Marcelino Sanz de Sautuola quien junto con su hija María (abajo) descubrió las bellas pinturas de la cueva de Altamira. A la derecha, Emilio Botín, descendiente de los anteriores y actual presidente del Banco Santander.

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Océano ¿PACÍFICO?

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En 1510, Vasco Núñez de Balboa, destacado explorador español, en una de sus campañas de conquista de territorios del Nuevo Mundo, que estaban marcadas por las alianzas o el sometimiento de los indígenas, informó a sus compañeros que conocía un buen lugar para poblar donde, además, los indios no les atacarían con las fechas envenenadas que solían utilizar para defenderse del invasor. Una vez allí, en territorio de lo que hoy conocemos como Panamá, Balboa llevó a cabo una política de alianza con las tribus cercanas de la región, estableciendo pactos de amistad y, expoliando el oro que abundaba en ese territorio.
Panquiaco, el hijo del cacique de la región, quedó muy sorprendido por la habilidad de los españoles para conseguir oro. Así, se dirigió a Balboa para aconsejarle que si lo que verdaderamente les interesaba era conseguir ese mineral, debían buscarlo en los terrenos donde abundaba: en la “otra mar”. Esta fue la primera noticia que los españoles tuvieron de que existía un mar diferente al que conocían, ese que les había llevado desde su Península natal a aquellas tierras desconocidas.
Poco tardó el conquistador en organizar una exploración. El 2 de septiembre de 1513 partieron para descubrir, el 29 del mismo mes, en nombre de la Reina de Castilla (doña Juana, de la que, en ese momento, era regente su padre Fernando), estando en el Golfo de San Miguel, lo que denominaron como MAR DEL SUR. De todo ello levantó acta un escribano que tomó a dos testigos que probaron el agua para verificar que, efectivamente, era salada.
Años más tarde, ya bajo el gobierno de Carlos I, el portugués Magallanes, después de ver rechazado su proyecto conquistador por el rey de Portugal, expuso al monarca español su teoría de que las islas de Especiería (en la actual Indonesia), en las que abundaban productos de una riqueza extraordinaria, estaban dentro de la demarcación española que se acordó en el Tratado de Tordesillas. En 1518 consiguió firmar la capitulación que le autorizaba a ir a descubrir estas tierras. Evidentemente, para llegar a ellas había que hallar en América un estrecho que les permitiera llegar hasta ellas. El viaje, por tanto, quedó proyectado como una expedición hacia las Indias que tenía como objetivo la búsqueda del paso interoceánico que les permitiera llegar a las islas, regresando, luego, por el mismo camino (Juan Sebastián Elcano, que también iba en la expedición, cambió repentinamente el itinerario y transformó el viaje en la primera vuelta al mundo).

Partieron el 20 de septiembre de 1519 de San Lúcar de Barrameda. Muchas fueron las desavenencias que durante el trayecto se produjeron, la mayoría ocasionadas por el autoritarismo de Magallanes. De los 5 buques con los que comenzó la travesía y que avistaron el ansiado estrecho, sólo 3 siguieron el rumbo y lo atravesaron, saliendo a la Mar del Sur. Era 27 de noviembre de 1520 y ese océano, debido al cambio de dirección de los vientos alisios, estaba en calma (cosa rara en sus turbulentas aguas en las que los tifones, huracanes y seísmos abundaban). Así, los conquistadores le dieron el nombre de OCÉANO PACÍFICO, apelativo con el que se le sigue conociendo hasta nuestros días.
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Fuente: LUCENA SAMORAL, M, “América Moderna (1492-1808)”, en: CIUDAD, A., et alii, Manual de Historia Universal: América, Madrid, Historia 16, 1992.
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Imagen 1: Mapa Ortelius de 1570 representando el continente americano de acuerdo con los conocimientos de la época

Imagen 2: A la derecha, grabado escenificando el momento en que Vasco Núñez de Balboa arribó al océano Pacífico; a la izquierda, retrato de Fernando de Magallanes.
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“QUOD NON FECERUNT BARBARI, FECERUNT BARBERINI”

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“Lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”
Con esta curiosa frase, en el año 1625, los romanos adornaron a Il Paschino, una estatua parlante de la Roma Moderna a la se solía “vestir” con numeroso mensajes de crítica.
¿Por qué se hizo esta inscripción satírica atacando a la famosa familia noble de los Barberini? Debemos tener en cuenta que el Papa que gobernaba los destinos católicos desde 1623 era Urbano VIII, miembro de la familia de los Barberini que, actuando como mecenas de las artes y queriendo construir una bella Roma Barroca, se encargó de destrozar valiosas obras de la Antigüedad, despojándolas de sus ricos materiales para utilizarlos en la construcción de otros monumentos. Dos de los edificios más dañados fueron el COLISEO, cuyas piedras de mármol travertino fueron expoliadas para, posteriormente, emplearlas en la construcción del Palacio Barberini; y el PANTEÓN, al que se le despojó del maravilloso bronce que cubría su cúpula para usarlo en la creación del Baldaquino de Bernini y de los cañones que guardarían el Castillo del Saint Angelo.
Edificios que perduraron durante siglos, aguantando, incluso, el paso de los terribles bárbaros, eran en el ahora saqueados sin reparo.
Este ataque a algunas de sus más preciadas obras no fue pasado por alto por los romanos modernos, que, con frases atacantes como la del título, criticaban lo que se estaba haciendo con su más preciado pasado, el de la Antigüedad.


Imagen 1: Maffeo Barberini, el Papa Urbano VIII.

Imagen 2: A la izquierda, una reconstrucción del Antiguo Panteón, con la cúpula de bronce; a la derecha, una de las partes del Coliseo destruída por los saqueos de piedra.
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Picota Tonel

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De origen austriaco, y diseñada para castigar, sobre todo, a los borrachos que alteraban el orden de las urbes, la PICOTA TONEL se utilizó desde el s.XV al s.XVIII

Había dos tipos de este artilugio:
*Por un lado, la PICOTA TONEL ABIERTA, que debía ser cargada por la víctima públicamente. El gran peso de este ingenio de madera provocaba un intenso dolor haciendo padecer profundamente al torturado.
*Por otro lado, la PICOTA TONEL CERRADA, en la que junto al acusado se debía introducir gran cantidad de orines, estiércol o agua podrida.

Ambas tenían un mismo objetivo: hacer que el malhechor recibiera los vituperios de la gente que pasara por las calles y le viera con este curioso instrumento, además de, evidentemente, proferirle dolor o causarle infecciones.
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Imagen 1: Grabado de un acusado llevando una picota-tonel.
Imagen 2: Picota tonel expuesta en la Galería de la Tortura, de Córdoba.

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Fuente: Galería de la Tortura, de Córdoba.

Manifiesto de los Persas

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El 12 de abril de 1814, en Madrid, un grupo de absolutistas redactó para FERNANDO VII un documento que fue firmado por 69 diputados (lo que supone más de un tercio de las Cortes ordinarias de 1813), conocido como el MANIFIESTO DE LOS PERSAS, cuyo autor principal fue Bernardo Mozo de Rosales. Con él se pretendía que el monarca, que volvía a gobernar tras el conflicto con los franceses y la definitiva derrota de Napoleón en la Guerra de la Independencia (1808-1814), regresara a la política absolutista del Antiguo Régimen, aboliendo toda la obra liberal que las Cortes de Cádiz habían promulgado.
El origen del nombre de este manifiesto es curioso. Los absolutistas, comenzaron esta larga carta con una referencia a una costumbre que los antiguos persas solían practicar: tras la muerte de un rey, declaraban 5 días de anarquía donde el desorden, sin un poder supremo controlador, reinaba. Este corto periodo de tiempo servía para hacer recapacitar a la población de lo importante que era la figura del monarca rigiendo los destinos del pueblo. Esto es precisamente lo que se pretendía conseguir: hacer ver al monarca lo indispensable que resultaba su figura en el país. No fue difícil convencer al rey de la vuelta al Antiguo Régimen (realmente, con o sin el Manifiesto de los Persas lo habría hecho). Así, el 4 de mayo de ese mismo año, en Valencia, Fernando VII decretó el restablecimiento del absolutismo quedando borrado todo el camino hacia el liberalismo cuyas bases las Cortes de Cádiz se habían encargado de asentar.

SEÑOR:
1.- Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor.
Para serlo España a V. M. no necesitaba igual ensayo en los seis años de su cautividad, del número de los Españoles que se complacen al ver restituido a V. M. al trono de sus mayores, son los que firman esta reverente exposición con el carácter de representantes de España [...]


Para leer el documento completo pincha aquí
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Imagen: Portada del Manifiesto de los Persas.
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Fuente: MARTÍNEZ.A, et alii., (1990): Historia de España, s.XIX, Madrid, Historia 16.
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Evergetismo en Roma

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El evergetismo fue un fenómeno basado en el ofrecimiento de una serie de servicios, de manera “gratuita”, de un personaje (el evergeta) a una comunidad. Su origen lo podríamos situar en la Grecia del s.IV a.C., no siendo hasta la primera mitad del s.II d.C. cuando alcance su apogeo en el Imperio Romano, teniendo especial importancia en la zona oriental (por la influencia del pasado helenístico).
Las prácticas evergéticas más usuales se solían centrar en el ofrecimiento gratuito de alimentos (o de cantidades de dinero para comprarlos), fiestas, certámenes, construcciones o reconstrucciones de edificios públicos… De esta manera, se cumplían dos objetivos principales: se hacía una redistribución de la riqueza, a la vez que se contentaba y controlaba al pueblo para que se mantuviera tranquilo, al tener garantizadas unas necesidades básicas.
¿Quiénes eran los evergetas? Cualquier persona con determinada fortuna, dispuesta a ofrecerla al pueblo, “desinteresadamente”. Sin embargo, vemos que son los pertenecientes a las aristocracias locales los que con más frecuencia llevaron a cabo esta práctica.

Ante esto, cabe plantearnos una pregunta ¿realmente era tan altruista la acción de estos hombres que se preocupaban por el bien de la comunidad? Evidentemente, detrás del evergetismo había unos objetivos claros que el poderoso quería conseguir: diferenciarse del resto del pueblo, estar por encima de él, y ganarse su favor de cara a obtener determinadas magistraturas que necesitan del voto popular. El objetivo clave era el reconocimiento público, el que tanto el evergeta como sus descendientes (que deberían seguir manteniendo lo que sus antecesores habían comenzado) estuvieran en la recuerdo colectivo de la ciudad.
No era fácil su tarea, debía dedicar mucho dinero para conseguir esta misión, además de demostrar públicamente su buen talante, su responsabilidad y su falta de arrogancia. El pueblo le recompensaría con honores como el otorgar lugares preferentes en celebraciones públicas, construcción de estatuas, inscripciones honoríficas o, incluso, destacados funerales en los que quedaban incluidos los munera (resulta curioso, pero no es extraño encontrarnos con evergetas que costeaban estos honores que se le rendían).
Con el paso del tiempo, vemos que el emperador se convertirá en el evergeta supremo de la comunidad, restando importancia al resto y haciéndose con la fama que antes disponían otros poderosos. Además, entramos en una época en la que ocupar puestos ya sólo supone un impedimento, un gasto excesivo de la riqueza, que lleva a que las magistraturas, antes ansiadas, ahora pasen a ser una obligación impuesta. Así, hacia el s. III, la situación del evergetismo cambiará radicalmente, disminuyendo progresivamente.
Será en el cristianismo, años más tarde, donde podremos ver un lejano sucesor de estas prácticas evergéticas, materializadas en asociaciones benéficas que ensalzaban su caridad de manera gratuita.
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Imagen: Óleo sobre lienzo de Ulpiano Checa representando a un magistrado romano. Museo Ulpiano Checa, en Colmenar de Oreja (Madrid).
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Fuente: LÓPEZ PULIDO, A., “Evergetismo y liberalidades en el Oriente Romano”, En VIII Coloquio de la AIER: Propaganda y persuasión en el mundo romano, (Madrid, 1-2 diciembre 2010) (en prensa)
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MAUSOLEO

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Un MAUSOLEO es un monumento sepulcral grandioso y solemne ¿Dónde está el origen de estas suntuosas construcciones?
Debemos remontarnos a la primera mitad s. IV a.C. y fijarnos en el que por entonces era sátrapa de Caria: MAUSOLO. Su esposa. Artemisa, decidió erigir este fabuloso monumento en Halicarnaso, que serviría como tumba para su marido y para ello se valió de los más prestigiosos arquitectos y escultores de la época que se encargaron de hacer de él un impresionante monumento del que destacaba, además de su elevada altura (llegó a alcanzar los 50 metros), su riqueza en obras escultóricas.
Así, desde tiempos romanos, veremos cómo el término, derivado del nombre del personaje que allí yace, hace referencia a los sepulcros construidos en memoria de héroes y ciudadanos ilustres.
Fue tal su belleza, que el Mausoleo de Halicarnaso se consideró una de las Siete Maravillas de la Antigüedad.
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Imágen: Reconstrucción del mausoleo que se erigió en Halicarnaso
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