*[Mis curiosos]*

El libro en Roma


Libro” proviene del latín “liber”, palabra con la que se denominaba a la corteza del árbol que se usaba para sujetar las TABLILLAS DE CERA sobre las que se solían escribir textos de corta extensión, a finales de la República. En época imperial, el rollo de PAPIRO -con el que se escribía en columnas, lo que implicaba el enrollar y desenrollar el material según se iba leyendo-, era el material más habitual sobre el que escribir. Sin embargo, su fragilidad y lo incómodo de su lectura hizo que comenzara a triunfar, hacia el s.IV, el CÓDICE DE PERGAMINO, el libro actual, hecho con pieles de animales secas, lo que constituía un soporte de lectura más manejable, además de barato.

Si nos fijamos en la producción de libros, es curioso el que no fueran los autores los que hicieran los manuscritos de sus obras, sino que las dictaban para que otros lo escribieran. Algunos disponían de esclavos que realizaban esta función de copistas. Había excepciones, por supuesto: los poetas y los que escribían cartas solían hacerlo de su propia mano.


Una vez escritas las obras, muchos eran los que organizaban lecturas públicas de las mismas, lo que convertía en vitales las opiniones de los lectores de cara a que los editores se decidieran a publicar la obra. Éstos últimos que, normalmente, eran los que financiaban la edición, tenían talleres de copia donde los librarios (copistas) y los anagnostas (correctores) se encargaban de producir los libros. Entre los más famosos destacan Tito Pomponio Ático -que editó las obras de Cicerón-, los hermanos Sosios -editores de Horacio-, Doro -responsable de la edición de la Historia de Tito Livio-…

¿Cómo se vendían los libros? Normalmente, los talleres disponían de una tienda, la TABERNA LIBRARIA, donde se vendían los ejemplares editados. Era habitual que se hicieran copias de los libros comprados en estas librerías o de los sacados de las bibliotecas públicas, para comerciar con ellos, lo que al escritor de la obra no le reportaba ningún beneficio ya que debemos tener en cuenta que los derechos de autor no existían. A pesar de esto, la manera más fácil para acceder a los libros era acudir a alguna de las decenas de BIBLIOTECAS PÚBLICAS que existían en la ciudad. La primera de éstas fue fundada por Asinio Polión, en los últimos años de la República. Estas bibliotecas solían tener una misma estructura: una sala con estantes donde se encontraban todas las obras, que eran llevadas a los lectores por unos esclavos especializados, y otra sala, esta vez llena de mesas y sillas, donde se solían leer los libros a solas y en voz alta (siempre procurando no molestar a otros lectores), lo que permitía apreciar mejor la cadencia estilística del latín y del griego.

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Imágen 1: Fresco pompeyano representando a una joven con unas tablillas de cera y un punzón para escribir en ellas (s.I d.C.)

Imágen 2: Pintura de Pelagio Palagi (s.XIX) mostrando a Julio César dictando sus famosos Comentarios.

Imágen 3: Ruinas de la Biblioteca de Celso, construida hacia el s.II, en Éfeso.
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Vándalos


Los vándalos eran un pueblo germano que habitaba en la zona de lo que hoy conocemos como centro de Europa, en la zona del limes (frontera) romano. Son varias las hipótesis que explican el por qué de los desplazamientos no sólo de éstos, sino de otros muchos pueblos germanos, aunque el cambio en la climatología o la falta de espacio son las dos que quizás más se acerquen a la realidad. Los vándalos (divididos en asdingos y silingos), lograron penetrar hacia el 406 en el Imperio y llegar, tres años más tarde, a Hispania, acompañados de alanos y suevos, otros dos pueblos germanos. Los asdingoscompartieron territorio con los suevos, en la zona norte de la Península (en la Gallaecia), pero poco tardaron en ser desplazados de este territorio y unirse a los silingos, que se habían situado en la Baética. Fue aquí donde desarrollaron una importante actividad marinera por el Mediterráneo, lo que les llevó a abandonar Hispania en el 429 al mando de su caudillo, Genserico, dirección al norte de África, donde crearían un reino, con capital en Cartago. Llegaron a tener contactos con las Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia…, convirtiéndose en una potencia hegemónica en el Mediterráneo Occidental, hasta que hacia el 534 el general Belisario, a las órdenes del emperador Justiniano acabase con su poder, haciéndolos desaparecer.

La práctica de la piratería era una actividad usual de los vándalos, que llegaron a desertizar varias islas del Mediterráneo e, incluso, atacar las costas de Grecia. El temor que suscitaban entre las gentes, por su crueldad y la destrucción que ocasionaban, no se olvidó con el paso de los años, por lo que su nombre pasó a ser sinónimo de desalmado, cruel…

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Imágen: Genserico saqueando Roma (455 d.C.), Karl Bruillov

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El aborto de Juana de Portugal

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El matrimonio de Enrique IV de Castilla (hermanastro de Isabel la Católica) con su segunda esposa, Juana de Portugal, tenía como objetivo principal la concepción de un heredero para el reino. Anteriormente, el monarca castellano estuvo casado con Blanca de Navarra, con la que no tuvo descendencia alguna, lo que le sirvió para pedir la anulación matrimonial, argumentando que la unión nunca fue consumada. Debemos recordar que Enrique IV fue apodado “el Impotente”, por ello, cuando su segunda esposa quedó encinta de la princesa Juana, las malas lenguas se apresuraron a apuntar que la niña era fruto de los amores de la reina con el valido del rey, Beltrán de la Cueva. No sería la última vez que quedaría embarazada: quedó preñada una segunda vez de su marido, pero abortó, y varias veces más de Pedro de Castilla y Fonseca, el alcaide de la plaza fuerte donde Enrique IV, en un momento dado, mandó recluir a su esposa. De este amante tendría dos gemelos.
Pero centrémonos en el segundo embarazo. Estando la reina en el Alcázar de Segovia, cosiendo con sus doncellas, según se cuenta, se encontraba junto a una de las ventanas de la fortaleza para poder fijarse mejor en la labor que estaba haciendo. Afuera, un brillante sol resplandecía; adentro, la reina y sus acompañantes llevaban ya largas horas ocupadas en sus labores. La mala suerte hizo que el vidrio de la ventana junto a la que se encontraba Juana de Portugal provocara lo que hoy conocemos como “efecto lupa” e hiciera que su pelo empezara a arder. Cuando la reina se dio cuenta, comenzó, sobresaltada, a lanzar gritos de socorro y a correr despavorida de un lado a otro de la estancia. Las mujeres que la acompañaban lograron apagar el fuego de su pelo y calmar a la reina, que, por el susto, sufrió el aborto del niño que esperaba de su esposo, Enrique IV: un varón que, posiblemente, podría haber sucedido a su padre, de no ser por el gran poder de la levantisca nobleza castellana que logró hacer que Isabel de Castilla subiera al trono, apartando de la escena política a Juana la Beltraneja, legítima heredera del monarca.
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¡¡Comenzamos!!

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Empezando esta nueva aventura, la de escribir en un blog, la de compartir todas las curiosidades que la Historia nos ofrece, no he encontrado mejor manera de inaugurar esta página virtual que con este magnífico poema de Constantino Kavafis: ÍTACA.

Cuando inicies tu viaje a Ítaca,
ruega que el camino sea largo,
lleno de aventuras,
lleno de conocimiento.
No temas a los Lestrigones
y los Cíclopes y al furioso Poseidón.
Jamás encontrarás tales cosas en tu camino,
si tus pensamientos se mantienen elevados,
si una bella emoción toca tu cuerpo y tu espíritu.
Jamás encontrarás a los Lestrigones,
a los Cíclopes y al fiero Poseidón,
si no los llevas contigo dentro de tu alma,
si tu alma no los alza frente a ti.

Ruega entonces que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano,
en que entres a puertos por primera vez vistos
¡con qué placer, con qué alegría!
Detente en los mercados fenicios,
y compra mercadería fina,
nácar y corales, ámbar y ébano,
y perfumes agradables de toda especie,
compra tantos perfumes agradables como puedas;
visita una multitud de ciudad egipcias,
para aprender y aprender de aquellos que tienen conocimiento.

Mantén siempre Ítaca fija en tu mente.
Llegar allí es tu meta última.
Pero no apresures el viaje para nada.
Es mejor dejarlo durar por largos años;
e incluso anclar junto a la isla cuando ya estés viejo,
rico con todo lo que has ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te dé riquezas.

Ítaca te ha dado el hermoso viaje.
Sin ella jamás habrías emprendido el camino.
Pero no tiene nada más que darte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te habrá defraudado.
Con la gran sabiduría que habrás ganado,
con tanta experiencia,
ya habrás entendido para entonces lo que las Ítacas significan.
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